viernes, 22 de octubre de 2010

los tlacuilos

A los que hacían los códices se les llamaba tlacuilos: ellos sabían leer, escribir y eran grandes pintores. Además dominaban los temas sobre los que escribían. Estos personajes nunca firmaron los trabajos que hicieron; no se conoce el nombre de ningún artista del México prehispánico. Sin embargo, hay casos en los que varios tlacuilos trabajaron porque se ven estilos diferentes.
Como ya lo hemos mencionado, los códices son escritos y dibujos elaborados por los pueblos mesoamericanos en tiras de piel de venado o en una especie de papel producido con la corteza del amate, como el papel que ustedes ya han fabricado en la etapa anterior.
Una vez escritas esas tiras, se doblaban en forma de acordeón o biombo. Los antiguos mexicanos respetaban mucho a los "tlacuilos", que eran los artistas e historiadores que se dedicaban a escribir los códices.

Actividad

En esta etapa imaginen que son tlacuilos de aquella época y elaboren, en cartulina o en el papel amate que ya han fabricado de manera casera, un códice con la historia de la cultura prehispánica que más les interese; consulten sobre ella en su libro de Historia de Secundaria.
  • Recorten una tira de cartulina o papel amate de 10 cm. de ancho por 50 cm. de largo.
  • Doblen la tira en forma de biombo o acordeón. Cada cuadro (10 X 10 cm) es una de las diez páginas que les servirá para colocar una escena de la vida de los antiguos mexicanos.
  • Para dibujar pueden utilizar acuarelas, lápices de colores o plumones
¡Manos a la obra, echen a volar su imaginación!
Para saber más
En este apartado les sugerimos leer el cuento Un día en la vida de un artista maya en él, el autor nos plantea cómo concebían el talento de los artistas plásticos en la cultura maya. Recuerden que los textos reflejan la cotidianidad de una época y las costumbres donde se desarrolla la trama de la historia.
Después de leer este cuento, les pedimos comenten sobre las ideas del pueblo maya con relación a los artistas en el foro de discusión de la etapa.
 Un día en la vida de un artista maya
Federico Navarrete Linares
Ilustraciones Andrés Sánchez Tagle
México, CONACULTA-Jaca Book, 1998
Desde antes del amanecer empezó el calor. El joven Kawil despertó en su hamaca empapado en sudor. Cuando vio que su madre prendía el fogón para preparar las tortillas, salió corriendo al patio con la esperanza de refrescarse con el rocío. Fue en vano, el aire estaba ardiendo. Desesperado, Kawil observó como el Sol pintaba de rojo las copas de las altísimas ceibas y escuchó como era saludado con alegría por las guacamayas y los monos aulladores. No había una sola nube en el cielo.
-Hoy el mismo Sol, la Guacamaya de Fuego Rojo, podría incendiar el mundo entero. Palenque ardería también y moriríamos todos quemados-. Al escuchar la voz cascada que decía esas graves palabras, Kawil volteó hacia el camino y encontró a un viejo de rostro cenizo y demacrado. Era el supremo sacerdotede Palenque. Kawil se arrodilló ante él y balbuceó:

-¡Oh, gran señor! Es un honor que visites el humilde hogar de este artesano. El sacerdote continuó hablando con gran tristeza.
-Ayer murió nuestro ahau, el señor Chan Balum Kawil sintió que el miedo invadía su cuerpo entero. Una gota de sudor frío rodó por su mejilla.

-Sin nuestro rey ya no habrá quien pueda traer la lluvia -dijo en voz muy baja-, y sin la lluvia no podremos plantar el maíz y moriremos todos de calor y de hambre.

-Nuestra única esperanza es que el difunto señor Chan Bahlum atraviese rápidamente el oscuro reino de
Xibalbá para llegar al Cielo del Atardecer, la casa de nuestros antepasados, y ahí rogar que nos manden la lluvia- le respondió el sacerdote.

Juntos entraron en la única habitación de la casa. En un extremo la madre de Kawil preparaba las tortillas. Sus hermanos comían sentados alrededor del comal. El olor del
nixtamal, ácido y penetrante, lo invadía todo. Kawil se acercó a su madre y ella le dio una tortilla caliente.

-¡Suelta esa tortilla, Kawil! ¡Hoy debes ayunar! -gritó el sacerdote. Kawil obedeció, desconcertado, al viejo y éste continuó.

-Hoy vas a pintar un vaso para el entierro de nuestro ahau Chan Bahlum. Él lo llevará consigo a Xibalbá y lo regalará a
Hun Camé.
Tiene que ser un vaso tan hermoso que le encante al señor de la Muerte. Entonces el dios, agradecido por el regalo, no matará de nuevo a Chan Bahlum y le permitirá atravesar su reino para llegar al Cielo del Atardecer, la casa de nuestro abuelos.

Kawil cerró los ojos y trató de imaginar el vaso más hermoso. Sólo sintió otra gota de sudor frío rodar por su frente.

-Cuando el sol se oculte y empiece su camino a Xibalbá, enterraremos a nuestro gran ahau y él llevará consigo el vaso que tu pintes- concluyó el sacerdote.
- Pero yo no soy un its at capaz de pintar un vaso con alma. Yo soy sólo un humilde artesano -respondió Kawil con la voz temblorosa.

- Si no eres un verdadero its at, entonces tu vaso será un insulto para Hun Camé. El malvado señor matará otra vez a nuestro ahau y los hombres de Palenque moriremos por la sequía. ¡Entonces tú pagarás tu falta con tu propia vida!

Kawil abrazó en silencio a su madre y a sus hermanos como un guerrero que va a la batalla y no sabe si volverá.

-¡No hay tiempo que perder! El vaso ha de estar listo antes del crepúsculo- gritó el sacerdote y se alejó presuroso.

Kawil corrió tras él hasta el centro de la ciudad y juntos escalaron una de las pirámides más altas de la hermosa plaza. Dentro del pequeñísimo
templo, en la parte superior, había un bajorrelieve de los dioses monos. Kawil reconoció a Hun Batz y Hun Chuen, los primeros its at.

El sacerdote lo hizo arrodillarse ante ellos y le entregó una inmensa aguja de obsidiana.
-Utiliza esta aguja sagrada para llamar a Hun Batz y a Hun Chuen -le ordenó-. Si eres un verdadero its at, ellos te enseñarán cómo pintar el vaso.
Kawil se quedó admirando a los dos dioses un largo rato. Trató de recordar los vasos más hermosos que había visto en su vida, pero sólo podía ver la cara burlona de los gemelos. Desde la piedra, Hun Batz y Hun Chuen lo miraban en silencio.
Después de un tiempo, Kawil respiró profundamente, tomó un plato de tiras de papel que estaba al lado del altar y lo colocó frente a los dioses. Entonces tomó la inmensa aguja y se la clavó en la lengua de un solo golpe. El dolor le arrancó las lágrimas, pero siguió clavándola hasta que su sangre caliente cayó sobre las tiras. Con los ojos cerrados y respirando con dificultad, se pinchó las orejas y otras partes del cuerpo mientras rezaba en voz muy baja, pidiendo la ayuda de dioses gemelos. Cuando la sangre empapó completamente el papel, Kawil lo encendió con una antorcha.

El humo negro llenó la habitación y Kawil cerró los ojos, temblando de dolor y de miedo. Sintió que se desmayaba y entonces escuchó los gritos lejanos de unos monos.

-¡Ven con nosotros, its at! -parecían decir-. Te enseñaremos el vaso sagrado que debes pintar.
El Sol había subido en el cielo cuando Kawil despertó. Estaba en plena selva, lejos de la ciudad, pero la sombra de un cobertizo lo protegía del calor. Comprendió inmediatamente que había sido llevado ahí mientras dormía, por órdenes del sacerdote.

En ese instante dos monos aulladores brincaron de un árbol y se sentaron sobre un bulto de piel de jaguar. Kawil saludó a los dioses gemelos y ellos gritaron a coro. Después se alejaron brincando y se perdieron en la selva. Kawil abrió el bulto y encontró todos los instrumentos que necesitaba para realizar su labor. Sin titubear un momento, tomó una tira de piel de venado, un pincel de cerdas de tapir y tinta de hollín negro. Con ellos empezó a dibujar un boceto.

Primero marcó las grecas de los bordes. Luego marcó la zona en la que había de escribir la dedicatoria, pues sin ese texto el vaso no sería un objeto con alma sino un simple cacharro.

Kawil abrió el bulto y encontró todos los instrumentos que necesitaba para realizar su labor. Sin titubear un momento, tomó una tira de piel de venado, un pincel de cerdas de tapir y tinta de hollín negro. Con ellos empezó a dibujar un boceto.   Ahora venía lo difícil: crear un dibujo tan hermoso que fuera el digno obsequio para Hun Camé.

Kawil cerró los ojos para imaginar la escena y tras un largo rato volvió a escuchar a los dos monos. Entonces su mano comenzó a dibujar sola. Admirado, contempló como nacía una hermosísima imagen.

Cerca del mediodía, cuando Kawil terminó de dibujar el boceto, apareció entre la maleza Balam, el mejor alfarero de Palenque. Era un hombre de barriga inmensa y se aproximó al cobertizo con la cabeza baja.

-¡Its at! Perdona que me atreva a presentarme ante ti, pero traigo dos vasos para que elijas el que has de pintar. Los hice anoche mismo, cuando supe de la muerte de nuestro ahau.

Kawil tomó los vasos y los examinó con admiración. Uno era recto y el otro era abombado, los dos eran delgados y perfectos. Jamás había visto objetos tan hermosos.
-Éstos son los mejores vasos que mis torpes manos han hecho jamás, ¡its at! -explicó Balam-. Espero que alguno de ellos sea digno de tu pincel.

Sin pensar lo que hacía, Kawil arrojó el vaso abombado contra un poste del cobertizo: se hizo añicos. Luego se dirigió a la selva con el otro vaso y gritó:

-¡Gemelos sagrados, Hun Batz y Hun Chuen! ¡Espero haber elegido correctamente!
Kawil le hizo una señal al alfarero para que se fuera y el gordo se escondió detrás de la maleza como un conejo asustado.

Al verlo huir, Kawil sintió de nuevo miedo. Ahora tenía un solo vaso y no podía cometer ningún error.
El Sol, estaba en lo más alto cuando apareció en la selva el gran sacerdote y avanzó hacia el cobertizo lenta y respetuosamente. Kawil le mostró su dibujo y el viejo lo contempló detenidamente. En la escena aparecía el ahau Chan Bahlum, quien salía de un inmenso caracol que flotaba en el río de sangre que atraviesa Xibalbá. Frente a él estaba sentado Hun Camé, el señor de la Muerte, quien sostenía un cuchillo de pedernal para matarlo nuevamente. Pero Chan Bahlum llevaba en sus manos el vaso, es decir, el regalo con el que el dios se convencería de no hacerle daño.
-Ésta es la obra de un verdadero its at- dijo al fin el sacerdote. Sólo te falta escribir la dedicatoria. Kawil se sentó a dibujar las palabras en la piel de venado, sorprendido por la firmeza de su mano:

"En el día 6 Chikchan 3 Pop, día de la muerte del ahau Chan Bahlum, fue creado y consagrado este vaso de superficie brillante. Es un regalo para que beba
cacao florido al señor Hun Camén ahau de Xibalbá".

-Falta algo muy importante: tu nombre- dijo el viejo gravemente cuando Kawil terminó de escribir.

-Pero mi nombre no es digno de aparecer en un vaso sagrado. Yo soy sólo un artesano-tartamudeó Kawil.

-Si eres un verdadero its at, el señor Hun Camé quedará complacido. Si no, lo sabremos muy pronto. El sacerdote se alejó sin decir más.

El Sol caía a plomo sobre la selva cuando Kawil se sentó a pintar el vaso. Tratando de vencer su miedo, el joven acomodó los instrumentos muy lentamente. Los pinceles eran perfectos y la paleta de concha para preparar la pintura era la más bella que jamás había visto. Eran los objetos sagrados que habían usado los grandes its at de Palenque. Kawil comprendió que si no lograba hacer un vaso con alma, sería porque él no era uno de ellos. Cerró los ojos un largo rato, pero esta vez no escuchó a los monos. Entonces colocó el vaso sobre un atril de madera y empezó a pintar.
En primer lugar tomó un pincel delgado de fibra de yuca y dibujó, con pulso firme, lasgrecas de los bordes. Lo más difícil fue dibujar el río de sangre de Xibalbá. Kawil tomó el vaso en su mano izquierda y lo giró lentamente mientras delineaba las curvas del río y del caracol que flotaba sobre él. Por último dibujó las figuras del ahau, quien sostenía su regalo, y del dios Hun Camé, empuñando su cuchillo.
Cuando terminó de dibujar la escena, Kawil tomó su pincel sueve de cerdas de tapir y rellenó el fondo con pintura amarilla muy clara. Para lograr el tono rojo del río de la muerte, se pinchó las orejas y mezcló su propia sangre con el pigmento. Finalmente, pintó con negro, café y rojo y la elegante figura de Chan Bahlum y la temible de Hun Camé. Todo iba a la perfección. Antes de dibujar las palabras sagradas de la dedicatoria, Kawil respiró profundamente.
Luego tomó un pincel duro y puntiagudo. Con pintura negra sin diluir trazó las complejas figuras que formaban las palabras. Para terminar, escribió con mucho cuidado su nombre "el its at Kawil".
En el instante en el que Kawil terminó el último trazo, el gordo Balam salió de su escondite entre la maleza y tomó el vaso en sus manos, para llevarlo a hornear.

Cuando el alfarero se alejó, el joven se sentía tan cansado que se tiró al piso a dormir. A lo lejos volvió a escuchar los gritos de los monos.

Tiempo después, Balam lo despertó y le entregó el vaso horneado.

-¡Its at, levántate! ¡Tienes que llevar este regalo sagrado a la tumba de nuestro ahau, Chan Bahlum! Ya es tarde: el sol ya está bajando por el cielo rumbo a Xibalbá.

Kawil se levantó de un brinco, tomó su obra y la examinó con cuidado: estaba todavía caliente y la pintura se había horneado a la perfección. Era más hermosa de lo que había esperado.

El Sol estaba ya muy bajo cuando Kawil salió corriendo rumbo a Palenque. Al llegar a la colina que dominaba la gran plaza de la ciudad, vio un templo iluminado con antorchas bajo el cielo del atardecer. Una multitud se había reunido en la plaza para despedir al gran Chan Bahlum.

El joven corrió hacia el templo; en él estaba la tumba del ahau. La gente volteó a verlo y le abrió paso.

-¡Es el its at! -gritaban-.¡Trae el vaso sagrado! Arriba del templo, el sacerdote lo esperaba impaciente:
-El sol está por esconderse y por abrir la puerta de Xibalbá. Nuestro ahau partirá en ese instante. Tienes que entregarle su regalo antes de que cerremos su tumba.

El viejo le señaló a Kawil una escalera muy angosta que se hundía en el corazón de la pirámide. El Joven descendió los escalones empinados y hasta abajo encontró a tres albañiles que estaban cerrando la entrada de la tumba con bloques de piedra.
La tumba de Chan Bahlum estaba repleta de finísimas pieles y adornos de plumas e iluminada con antorchas de madera perfumada. Para comer, había deliciosas frutas, chocolate y miel. Kawil se dio cuenta de algo extraño: normalmente las habitaciones del ahau resonaban con alegres melodías que tocaban sus músicos, pero aquí todo estaba en silencio. Entonces vio los cuerpos de ellos: habían sido sacrificados para acompañar a su señor Xibalbá.

Kawil sintió terror al pensar que quizá también a él lo mandarían al reino de los muertos. Temblando puso su vaso en el piso y corrió hacia la puerta. Estaba a punto de escaparse cuando recordó que él era un its at y que de él dependía el futuro del ahau y de Palenque. Entonces recogió su vaso, lo llenó con delicioso chocolate y lo colocó en manos de Chan Bahlum.

-Toma este regalo, ¡oh, gran ahau!¡Que sea tan hermoso que encante a tu enemigo, el temible señor Hun Camé!

Apenas había terminado cuando oyó el grito del sacerdote:-¡Sal de ahí, its at! ¡Hay que cerrar la tumba!

Kawil salió por el único hueco de la puerta y contempló cómo los albañiles colocaban el último bloque de piedra y cómo el gran sacerdote bendecía la tumba.
-¡Buen viaje, gran ahau Chan Bahlum! ¡Que el cruel señor Hun Camé te perdone la vida para que puedas bendecirnos a nosotros, tus hijos, con la sagrada lluvia que nos permita vivir! Juntos subieron la escalera lentamente, sin decir palabra.

Cuando salieron a la superficie, Kawil vio que el Sol se había ocultado tras las copas de los árboles y que el cielo se había cubierto de grandes nubes rojas, como el río de Xibalbá. Entonces se oyó un trueno y empezó a llover a cántaros.

La multitud agradecida ovacionó a Chan Bahlum y Kawil agradeció a los dioses Hun Batz y Hun Chuen que lo hubieran inspirado para convertirse en un verdadero

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